Monasterio Moreruela

Visita recomendada conjuntamente con la excursión a Las Lagunas de Villafáfila

 

 

¡Que tristeza embarga el alma en presencia de la grandeza hecha polvo! Ley es en los hombres y en las cosas pasar y acabar alguna vez, ciertamente; pero el espíritu, propendente siempre á gozar con la contemplación de todo lo elevado, no puede menos de vituperar el grande yerro de subordinar enteramente lo bello a lo útil. En la discreta combinación de ambos elementos está, sin duda, la buena marcha de las sociedades.

En el centro de ese coloso hecho casi ruinas que se recuesta en un pintoresco valle cercano á la Granja de Moreruela, como anacoreta de piedra escondido, para dedicar toda su inclinación al Sér Supremo en lo más fragoso del monte, el viajero atraviesa estupefacto de unas en otras cámaras derrumbadas, sin cesar los ojos de ver y los labios de lamentar tantos despojos. En medio de la tibia claridad que los rompimientos permiten pasar á través de la madreselva y la zarza que crecen sobre el apilado escombro, un antro, una extraña entrada, abierta violentamente en medio de un muro, presenta al visitante del Monasterio, á una manera de un gran lente tras el cual se vé extender en combinado y prodigioso bovedaje la elegante techumbre de una espaciosa cámara, cuyas airosas columnas colocadas en el centro y formando arcos chosas é iguales naves, sotienen los más bellos capri que imaginar puede la más galana fantasía.

Sueño é engaño parece el hallazgo de tan extraño aposento en lo más recóndito del edificio; y cuando el curioso visitante va por tan apartados parajes, descuidado de hallar sino amontonadas ruinas, suspenso queda el ánimo viendo tan peregrina combinación de arcadas y de columnas, de rosetones centrales y cruceros del mejor gusto.

(Francisco Alvarez Martínez, Zamora Ilustrada de marzo de 1883)

 

Un edificio de la importancia de éste, olvidado en nuestros libros de artes, cuando su historia reclamaba una atención especialisima, y su proximidad á la via férrea lo hacia fácil de explorar, es fenómeno demasiado español para que nos maraville. De no ser asi, nadie bien ducho en arquitectura antigua, viendo el plano y reproducciones adjuntas creería que pertenecen á tierra nuestra, cuando con los dedos se cuentan lo monumentos análogos que poseemos y sólo dos ó tres de ellos le son equiparables.

En las historias eclesiásticas, Morerola ó Moreirola, según antes le decian, suena con encomio por fundación de San Froilan y, lo que hace más á nuestro propósito, como primer establecimiento de cistercienses en la Península.

Fuera de este, no se hallará sino la breve descripción latina de Manrique y un articulo publicado veinticuatro años ha en Zamora con dibujos no malos, pero sin tan resonancia que ni la propia ciudad es conocido en cunato vale y á media legua del sitio aún se me porfiaba la inutilidad de ir a ver aquellos cuatro paredones ruinosos.

Temía ya una decepción completa cuando apareció ante mí la ruina de monasterio más interesante que conozaco en España, y un día entero vagué por ella, sintiendo transportes de poesía cuales en la niñez nos hicieron soñar las páginas de un Becker. Mas como el gusto no carcteriza in genere al hombre, resulta que otros no ven allí sino mucha piedra utilizable ó un edificio inútil y desaprovechado, aunque muy á proposito para saciar instintos de barbarie deshaciéndolo, pues que también el abatir tiene su merito y halaga, como satisfación de la facultad creadora del hombre, siquiera se ejercite á la inversa. Contra este sport y esta utilización a la moderna, surge, sin embargo, otro miramiento, y es el bajo precio que alli merece la piedra y lo fatigoso del trabajar mucho sin una utilidad positiva, de donde resulta que , a despecho de aquellos deseos, mucha parte del monasterio se tiene en firme, quedando provisionalmente á manos del tiempo el irla desbaratando, y ojalá no le ayuden.

Para nuestra hacienda y para los puntos que calzamos en cultura no está el solicitar cuidados á favor de esta ruina ni reparaciones, que otra nación no escatimaría; pero sí al menos un poco respeto, siquiera que se la deje caerse sola, siquiera que no fenezca sin los honores debidos á su alcurnia: esto deseariamos rogar á los poderes públicos, á las entidades eruditas y muy singularmente al dueño, un acaudalado de Valladolid, según creo.

(Boletin nº 159 de la Sociedad Española de Excursiones, Madrid - mayo de 1906)